Capitulo 1
Nací cerca de una abadía, y ya desde pequeña soñaba con realizar grandes hazañas, defender la justicia y la paz en todo Azeroth, proteger a los débiles y hacer el bien. Soñaba despierta con las historias de los grandes héroes paladines que con sus armas y la luz de su fe lucharon en las grandes Guerras contra la Horda primero, y contra la plaga después.
Quería ser una heroína y mejorar el mundo, y sobre todo librarlo del malvado Arthas, y por eso desde pequeña, con gran esfuerzo y tesón me puse a practicar con las armas y en la pureza de mi espíritu para hacerme digna de ganar el poder de la luz. Era agotador, pero tenía motivación.
Mis esfuerzos empezaron a dar fruto, y pronto confiaron en mí para encargarme algunas misiones. Al principio eran misiones sencillas de mensajera, pero pronto me encomendaron contribuir a la seguridad de mi pueblo, manteniendo la seguridad en los bosques de alrededor. Yo estaba ansiosa de mejorar y demostrar mi valía, y me esforzaba al máximo sin importarme mis heridas, que luego sanaba gracias al poder de la luz. Cada vez era una guerrera más hábil, y el poder de la luz más fuerte en mí, y llegó el día en que me encomendaron misiones que me llevarían fuera de mi pueblo a recorrer todo el mundo de Azeroth. Recuerdo la mezcla de emociones que sentía cuando salí a pie de mi pueblo con mi atillo, la mezcla de entusiasmo y tristeza, de esperanza en el futuro y de temor a lo desconocido. La última mirada atrás para grabar en la memoria el que había sido mi hogar hasta entonces, y luego la vista hacia el horizonte lejano, hacia el futuro… hacia mi destino lleno de promesas de grandes hazañas y aventuras.
Y hasta ahí todo iba bien, yo seguía con mis grandes objetivos de defender la justicia, a los débiles y hacer del mundo un lugar mejor, y eso me inspiraba y me hacía sobrellevar todas las penalidades (y las ampollas que me salieron en los pies de tanto andar por los caminos), pero hay una parte no tan grandiosa ni glamurosa que a veces se intenta obviar pero no por ello desaparece.
Pronto aprendí que para conseguir mis grandes objetivos primero tenía que sobrevivir, y ello básicamente me llevó a saquear cadáveres y pedir un precio por mis servicios.
Lo de saquear cadáveres llegó a preocuparme cuando me descubrí pensando “ese tiene pinta de malo y debe de llevar un buen botín, voy a por él que le haré un favor al mundo y a mí misma”, y lo peor era que lo encontraba normal por ser el modo de proceder común en todos los héroes que andan por los caminos.
Y que te paguen por tus servicios también. A veces te dan oro, otras algo de equipo, comida o alguna reliquia familiar. Algunas veces baratijas, aunque otras auténticos tesoros.
Estas dos formas de ganarme la vida a veces entraban en conflicto con mis grandes ideales, pero me acallaba mi conciencia pensando que al fin y al cabo hacía el bien, y tenía que comer.
Y no solo comer, pronto aprendí el valor de poder pasar la noche en una posada o en una ciudad, y eso cuesta dinero. ¿Sabéis lo difícil que es para una chica que viste armadura ir al “servicio” al lado del camino? ¿Darse un baño en un río lleno de peces carnívoros, cocodrilos o a saber que viles criaturas comecarne? Me resultaba tan traumático tener que descubrir las posaderas (y no sólo por la dificultad de quitarme la armadura, lo cual ya de por sí era todo un cristo) en cualquier lugar perdido e indecoroso que prácticamente dejé de beber e iba permanentemente deshidratada.
Unos cuantos ataques de osos hambrientos, un par de asaltos de bandidos, y otro par de hordas que aprovecharon mi momento de debilidad, cuando acuclillada y sin la parte baja de mi armadura, en lo que pensaba un lugar tranquilo del bosque, intentaba concentrarme en las necesidades fisiológicas de mi cuerpo, fueron suficientes para convencerme que saquear cadáveres y cobrar por la “ayuda” no era tan malo.
Luego empiezas a pensar…. "es que para hacer el bien necesito tener un buen equipo”…. Y ¿sabéis lo que duelen las tetas cuando se te hinchan porque estás premenstrual y la armadura no está hecha a medida? Pues es horrible. La armadura es rígida, y cuando te la intentas poner y ves que no abrocha porque tus pechos han crecido la única forma de ponerla es apretando y comprimiendo, y eso duele, y te hace ir todo el día cabreada.
Y claro, pronto te cansas de ir andando o en transporte público a hacer el bien por el mundo, y acabas necesitando monturas propias… y bueno, es que así el bien se puede hacer más rápido, ¿no?
Pues al final para poder hacer el bien necesitas una pasta gansa, porque si te presentas por ahí sucia y desaseada, con la armadura abollada y formada de restos heredados o regalados, y a pata, como que no te toman en serio.
Al menos me hice la promesa de que aceptaría cualquier misión que me encomendaran por muy mala que fuera la paga, y que nunca negaría mi ayuda a los necesitados y los pobres (de lo cual no tardé en arrepentirme cuando un campesino macho poco agraciado me envió a buscar un cerdo perdido por las pocilgas del pueblo y el olor insoportable tardó más de dos semanas en abandonarme, pero soy una persona que cumple sus promesas).
Durante mis aventuras por Azeroth tuve compañeros de viaje ocasionales, aunque el primero que me dejó marca y que se convirtió en mi primor amor fue un guerrero de nombre Conor.
Me encontraba en Zul’Drack realizando misiones para la Cruzada Argenta cuando caí en una emboscada de los Trol de Hielo. Me tenían acorralada y yo luchaba por mi vida, eran muchos y la situación era desesperada. Todo parecía perdido cuando apareció él como un tornado de furia blandiendo dos enormes espadas y lanzándose a la batalla con una temeridad y una maestría que me impresionaron. Conseguimos reunirnos y juntamos espalda contra espalda, y creo que pasaron horas en una sucesión de cortar, machacar, esquivar, escudar, sanar… donde nos fuimos compenetrando en una coreografía de muerte hasta que al final solo quedamos los dos sobre una montaña de cadáveres. Estábamos exhaustos, agotados y malheridos, y algunos trolls que habían huido todavía rondaban por los alrededores, con lo cual era probable que buscaran refuerzos y volvieran. Me dijo “salgamos de aquí y vayamos a un lugar seguro”. No lo pensé, saqué mi montura y lo seguí. Creo que en aquel momento lo hubiera seguido al fin del mundo.
Thalassa
CAPITULO 2
Somos una generación de huérfanos y refugiados. Casi todos hemos perdido a nuestras familias en la Tercera Guerra y cargamos a la espalda trágicas historias de destrucción y supervivencia. Igual por ello nos resulta tan fácil encajar a los unos con los otros, por todo lo que perdimos y la carencia que ello nos dejó, porque no hacemos planes más allá de la venganza y la lucha contra la plaga y Arthas el traidor. Somos hijos de la guerra, no pensamos en el futuro, en un hogar y una familia, ¿Quién querría traer hijos a este mundo?
Conor me guió hasta un antiguo templo Drakkari abandonado por el pueblo impío. Recuerdo que hacía mucho frío y que este entumecía un poco el dolor de mis heridas (¡bendita sea la luz!). Estábamos medio muertos y solo quería derrumbarme a dormir, pero no lo hice hasta que sané lo peor de nuestras heridas. Me sorprendió que Conor me pidiera que le dejara una cicatriz. Le di las gracias por no pasar de largo, y luego caí rendida en el sueño o la inconsciencia, no sabría decir.
Nos despertamos al alba recuperados, compartimos la comida y decidimos seguir juntos por esas tierras tan peligrosas. Conor era un gran guerrero y un arsenal andante. Se lanzaba a la batalla sacando fuerzas de su ira, lanzando gritos de batalla que asustaban a los enemigos y a mí me levantaban la moral y me daban valor, era una máquina de matar y un enemigo temible. Yo por mi parte nos bendecía y protegía con el poder de la luz, aunque no era una gran sanadora siempre hacía curas de emergencia en medio de la batalla y nos mantenía frescos, y también era una gran luchadora, no solo por mis armas, sino también por el poder sagrado de la luz. Hacíamos un gran equipo, y puedo decir que luchar a su lado era algo que me parecía casi hermoso. Éramos temibles espalda contra espalda, éramos como un aluvión de rocas afiladas e imparables que arrasaban todo a su paso.
Y esa es la parte bonita. La parte chunga es el olor. La plaga apesta. Es un olor putrefacto y nauseabundo que se te clava en el cerebro y en lo más profundo de la garganta y te hace dar arcadas y que se te salten las lágrimas. Algunos entes al menos son espíritus o esqueletos pelados animados por la magia necromántica que han perdido la carne y son menos repulsivos (o al menos su olor). Luego en un nivel intermedio están “los resecos” que han sido levantados de cadáveres viejos y han perdido la mayoría de su carne, o al menos la más blanda. Luego vienen los podridos, que conservan la carne en descomposición y desprenden un olor insoportable. Y luego están los peores de todos, los que apestan tanto que a veces la peste te paraliza las piernas, los que parecen sacados de las peores pesadillas, los que son tan macabros que algunas mentes se vuelven locas ante su mera visión, los “gordos” o abominaciones, seres hinchados de humores en descomposición que expulsan y usan como arma, con el abdomen abierto luciendo las vísceras y los intestinos podridos, formados de trozos de carne cosidos y rodeados de un enjambre de moscas… que se acercan a ti para lanzarte su gancho ávidos de comer tu carne con su sonrisa bobalicona y sus dientes podridos…. Es terrorífico, y es asqueroso.
Es la peor parte de los luchadores de primera línea, los que embestimos cuerpo a cuerpo, que uno de estos seres te vomite encima lo que sea que lleve en el estómago y quedar cubierto de jugos infectos y trozos de vísceras en descomposición llenos de moscas. No quiero parecer débil, pero la primera vez que me enfrenté a ellos me pasé dos días seguidos vomitando y sin poder comer nada. Me hubiera bañado en un río lleno de peces carnívoros y cocodrilos si hubiera tenido alguno cerca para intentar quitarme la porquería.
Y con ese panorama de peste y descomposición, Conor y yo decidimos dejar de pasar noche en el campamento cruzado y buscar una cabaña de leñador en la cercana región de Colinas Pardas, cerca de un río donde poder sumergirnos y quitarnos la peste.
Y fue una decisión estupenda. No estaba muy lejos, y poder lavarse la porquería en el río y luego encender la chimenea y compartir la comida era estupendo, casi como tener un hogar. Hicimos algunos planes para el futuro. Iríamos al viejo mundo a aprender de los mejores instructores de armas, y luego nos presentaríamos al torneo del Anfiteatro de la Angustia para convertirnos en campeones y conseguir las mejores armas disponibles.
Los instructores de armas son caros, no venden baratos sus conocimientos. ¿Os he dicho ya lo caro que es todo en Azeroth y la cantidad de oro que se necesita para hacer el bien? Así que decidimos buscar grupo y asaltar la Fortaleza Drak-Tharon de la que se rumoreaba que guardaba grandes tesoros, y por la que ofrecían grandes recompensas.
A mí me resultaba agradable pasar el tiempo con Conor, tener a alguien que me cubriera las espaldas y con quien compartir mis pensamientos. Y Conor era muy buen compañero, me sentía segura con él, practicábamos en la lucha cuerpo a cuerpo y con las armas, y aunque a veces no entendía su sentido del humor por lo general era un buen conversador. También tenía un carácter un tanto temerario, impulsivo y apasionado que nos hacía meternos en misiones cada vez más difíciles y más al límite… aunque no negaré que resultaba emocionante.
Le pregunté por qué me pidió que le dejara una cicatriz cuando nos conocimos, y me dijo que las personas sin cicatrices eran como libros en blanco, sin contenido, y que sus cicatrices contaban su historia, que eran parte de lo que era él.
Nos pusimos a buscar un grupo idóneo para asaltar la fortaleza, y encontramos a una chamana llamada Dovorah que reclutamos por su gran habilidad curando en combate. Aunque era un ser un poco extraño, uno de esos hombres encerrados en cuerpos femeninos que tanto abundan en estos días por Azeroth, sus dones eran innegables. A la menor oportunidad se ponía a bailar y hacer comentarios subidos de tono indiscriminadamente tanto a hombres como a mujeres. A veces me hacía reír, tantas como otras conseguía encenderme las mejillas.
También reclutamos a un buen arquero elfo, Arturius, un tipo un tanto solitario siempre invisible por los alrededores, vigilando y explorando con su lobo Xiwoki. Y la maga gnoma Centellita, muy linda pero muy mortal lanzando fuego (y todos saben que los gnomos planean dominar el mundo, no se dejen engañar por lo pequeños y lindos que son).
Tras unas sesiones de entrenamiento y de planificar el asalto, cogimos nuestros equipos y armados hasta los dientes nos dirigimos a la enorme y tenebrosa Fortaleza.
Una buena historia, sí señor...
[quote="t-32544"]Soñaba despierta con las historias de los grandes héroes paladines que con sus armas y la luz de su fe lucharon en las grandes Guerras contra la Horda primero, y contra la plaga después.[/quote]
Sólo haría referencia a la línea temporal. Teóricamente, los acontecimientos que estamos viviendo en la expansión de WoW en la que nos encontramos, en la que Arthas desata la ira del mundo entero, sucede 5 años después de convertirse en el Rey Exánime, tras ponerse el yelmo maldito de Ner'zhul que fue lo que hizo que sus conciencias se fusionasen en una.
Es decir, la Primera y la Segunda guerra, más o menos, podrías haberlas escuchado como historias legendarias de grandes héroes, pero la Guerra contra la Plaga prácticamente deberías haberla vivido, casi casi al borde y como prueba para que la Luz te otorgase su don.
No sé, son pensamientos que me vienen sobre el lore del juego, pero en serio, muy buena historia. Tal vez me anime yo con la de mi chamán, que por algún lado tengo que tener los esbozos de historia. xD
Un saludo,
Braguk
PS: Si leéis "Arthas: La ascensión del Rey Exánime", dejareis de odiarle... a mi me da lástima; y su caballo, Invencible, muere porque el jinete es tonto de remate. xD
Capitulo 3
Algo no iba bien, el primero en notarlo fue Xiwoki que correteaba nervioso husmeando el aire. Pronto todos notamos el ya familiar olor putrefacto de la muerte, y a medida que nos acercamos fueron apareciendo cada vez más cadáveres de trolls drakkari mezclados con restos de la plaga.
No era lo que esperábamos. Estaba claro que había tenido lugar una batalla (o una masacre) y no sabíamos que podríamos encontrar dentro. Arturius se adelantó a explorar con Xiwoki. No había guardias, el camino hasta la entrada estaba despejado, solo cadáveres.
Dicen que todo guerrero se acaba inmunizando ante la visión de la muerte, que te acabas acostumbrando, te vuelves insensible y deja de afectarte. Yo no he llegado a ese punto. Me llena de tristeza y rabia el desperdicio de tantas vidas, esa pérdida inútil, absurda y brutal sin más objetivo que la destrucción. Aunque los Drakkari son mis enemigos, son criaturas salvajes con sus vidas, su sociedad y su historia. Ver sus cuerpos esparcidos, algunos a medio devorar por la plaga me repugna.
Me repugna la idea de que sus cuerpos serán profanados y levantados para engordar las filas de la plaga, que serán usados para matar a sus hermanos, a sus amigos y sus familias (y tal vez a los míos). Siento un escalofrío cuando pienso en la gran cantidad de cuerpos que la plaga puede incorporar como soldados a sus filas. Siento nauseas al pensar que eso podría pasarle a los míos. Quiero acabar con la plaga, quiero mandarlos a todos al infierno del que salieron. Una fuerte determinación surge en mí. No sé qué nos espera dentro, no sé si nos sobrepasará o si saldremos con vida, pero hay que actuar rápido, hay que hacer algo y nosotros estamos aquí.
Miro los rostros de mis compañeros y muestran la misma determinación que siento en mí misma. A Devorah le brillan los ojos, ya no baila ni ríe. Pienso que debe ser peor para un sanador ver tanta destrucción de vida, de esa forma, por muertos reanimados. Solo podríamos quemar los cadáveres para que no sean profanados, pero… son tantos!.... y no podemos alertar de nuestra presencia.
Conor me tira de la mano, me mira a los ojos y me pide una vez más ser él el que ocupe el puesto de cabeza. Le digo que no se preocupe, que ya lo hemos discutido y es mejor así, yo recibo y él golpea. Si me sobrepasan él es la segunda barrera. En última instancia hay que proteger al sanador, si Devorah cae todos caemos. Sé que no le gusta la idea, que se preocupa por mí, pero ya hemos luchado muchas veces juntos, y debería saber que estoy preparada.
Llevo un gran escudo y voy bien pertrechada. He elegido una gran maza con la que puedo golpear a varios enemigos, aunque sin mucha precisión. Mi misión no es matar, es que me peguen a mí (o que lo intenten, no se lo pondré fácil) mientras los demás golpean y matan sin que al enemigo le dé tiempo a darse cuenta de la que se le viene encima.
Atravesamos la puerta ya en formación de combate. Avanzamos en silencio e intentando ser cautos. Pronto nos cruzamos con grupos de vigilantes, los reanimadores de la plaga habían empezado a hacer su trabajo.
Miro a mis compañeros para comprobar que están preparados, me escudo con la luz y me lanzo a la carrera para no darle tiempo a pensar al enemigo. Me sube la adrenalina. Los golpeo con mi escudo, golpeo con mi maza, esquivo, consagro el suelo, un golpe de magia que no puedo esquivar me golpea de lleno, pero siento que la sanación de Devorah ya llega. El reanimador se ha percatado de la presencia de Devorah y se prepara para lanzarle un hechizo, lo aturdo con un golpe en la cabeza y sigo golpeando con mi escudo y mi maza, me escudo en la luz, esquivo, bloqueo, y veo que una espada se dirige a mi cuello desde el lado izquierdo. En el segundo siguiente veo como el brazo cae cortado por una de las espadas de Conor. El reanimador yace en el suelo con una flecha mortal atravesando su garganta. Los restos de las criaturas muertas yacen quemados y mutilados. Paro un segundo para tomar aire, debo mantener la mente fría y tener cuidado. Seguimos avanzando eliminando a más grupos de guardias, no podemos dejar que den la alerta.
Subimos unas escaleras y llegamos a la antesala de un gran salón circular. Me asomo y veo que está plagada de muertos reanimados, no podremos con tantos. Me acerco con cautela e intento llamar la atención del más cercano a la puerta. Me ve y se lanza sobre mí. Doy marcha atrás sin darle la espalda para intentar sacarlo del campo de visión de los otros. Cae rápido. Intento repetir la jugada, pero esta vez vienen cuatro que estaban demasiado cerca los unos de los otros. Los dejo en el quicio de la puerta haciendo barrera y empezamos a golpear. El primero en notar que está perdido huye hacia dentro, Xiwoki se lanza tras él pero no puede pararlo a tiempo y se desata el caos. Nos han visto, y todos se lanzan a por nosotros. Grito a mis compañeros que se preparen, que vienen todos. Me escudo y me coloco para intentar cortarles el paso. Aguardo golpeando con mi escudo y mi maza para intentar que se centren e mí. Consagro el suelo. Cuando ya los tengo a casi todos encima lanzo mi cólera sagrada para aturdirlos, llueven flechas y explosiones de fuego, y las hojas de Conor danzan mortales. Pero son muchos y me acaban sobrepasando. Veo que van a por Centellita, pero cuando llegan a su posición de pronto desaparece y ya no está allí, y sigue provocando explosiones de fuego que se propagan. Se lanzan a por Devorah y le lanzo mano de salvación para que no puedan detectarla. Arturius dispara a los atacantes de Devorah y salta hacia atrás mientras Xiwoki se lanza a hostigarlos. Yo sigo golpeando con mi escudo y mi maza intentando frenarlos, mientras Conor golpea a los que me han sobrepasado para intentar acabar con ellos. Son muchos y la situación se prolonga, Devorah empieza a parecer cansada y sus curas van perdiendo efecto. Cambio a sello de luz y sentencio luz, pero todos estamos heridos y con cada segundo que la situación se prolonga nos acercamos más a la muerte. Me escudo y tiro sacrificio divino para recibir parte de los golpes de mis compañeros. Devorah está agotada, y nuestras heridas empiezan a ser más graves. Me preocupa el estado de Conor que es la segunda barrera y sangra por numerosas heridas, le impongo mis manos para que recupere la salud, pero gasto un gran esfuerzo en ello y ya no podré volver a hacerlo por un tiempo. Estamos en las últimas, pero ya solo quedan cuatro, contengo a tres, pero ya no recibo curas apenas y sus golpes van haciendo mella en mí. Cada vez me pesa más el escudo y me cuesta más esquivar los golpes. Hay que resistir. Devorah lanza un elemental de fuego en nuestra ayuda. Veo a un necrófago ir a por Arturius y cómo éste cae. Me invade la furia y el dolor. Luego va a por Centellita cuya vida pende de un hilo, pero conjura a tiempo un cubo de hielo que la envuelve y salva la vida, y el necrófago estalla al poco y muere. Entre Conor, el elemental y yo acabamos con los tres que quedan. Corro hacia el cadáver de Arturius, pero este se levanta y sonríe “un viejo truco que aprendí y que me ha salvado más de una vez cuando todo lo demás falla, fingir mi propia muerte”, y yo también sonrío porque me alegra que siga vivo. Y río más cuando Centellita sale de su cubito de hielo tiritando de frío, pero también viva. Y todos reímos cuando suelta un sonoro estornudo. Reímos porque estamos vivos. Pensábamos que íbamos a morir, pero vivimos.
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