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Cuando me veas, es probable que no esté vestido formalmente. Estaré encerrado en mi acero. Estará sucio, ensangrentado y maltratado. No tengo una lengua rápida o lenguaje elocuente. No sé nada de modales en la corte del rey, o el modo de comportarse en el baile formal. Me conocen por muchos nombres. Tanque. Escudo de carne. Peleador. Alborotador. Cadáver. Soy el guerrero. No tengo ni la capacidad ni la inclinación para esconderme. No puedo golpear con sigilo con golpes devastadores y luego esconderme en las sombras. No puedo incinerar a un enemigo a veinte pasos de distancia. No puedo lidiar con la muerte a distancia, fuera del alcance de los contraataques de mi enemigo. Para matar, tengo que acercarme a mi enemigo. Veo sus ojos. Huelo su aliento. Saboreo su miedo. Y el saborea el mío. No puedo hacer que la naturaleza haga lo que le pida. No puedo acudir al Vacío para que actúe bajo mis órdenes. No puedo estudiar magia arcana y dominarla bajo mi control. No comando a nada más que mi mente, mi cuerpo, y mi voluntad. Es por ellas, y solo por ellas, que me mantengo en pie o muero. No tengo amigos en mi aventura. No tengo caminantes del vacío invocados como sirvientes o guardaespaldas. No tengo bestias leales de las planicies o bosques para defenderme y aliviar mi dolor. Mi única compañera es mi arma. Debo cuidarla más de lo que ningún Cazador ha cuidado a su bestia. Debo dominarla más de lo que cualquier Brujo ha dominado a su demonio. Sin mi, es inútil. Sin ella, yo soy nada. No me puedo curar. No me puedo escudar en la luz. No puedo llamar a los dioses para que respondan mis plegarias. Llamo a los espíritus de mis ancestros en el calor de la batalla, y son silenciosos. Mi única habilidad para proteger es ofrecerme a mi mismo, mi sangre, y huesos. Atraer los golpes de mis enemigos. Tomar los golpes que matarían a un ser menor, y seguir luchando. No puedo matar con la velocidad y gracia de un Rogue, la brusquedad y la sorpresa de un Cazador, o la extravagancia y poder del Mago. Cuando mato, es un asunto lento. Lento y sangriento para quien esté interesado, incluyéndome a mi mismo. Sigo peleando golpeado y maltratado, para que mis compañeros puedan recibir la gloria de la matanza y el botín de la victoria. Si yo muero y ellos viven, es un sacrificio esperado. Vengo en todas las razas, en todos tamaños. Peleo bajo miles de banderas, en un millón de campos de batalla. Soy rechazado por la alta sociedad, despreciado por los nobles, regañado por los sacerdotes y olvidado por los peones. Hasta el momento en que las trompetas de batalla suenan, y aquellos que los destruirían llegan. Y entonces el grito se escucha “¿Donde, oh, donde está el guerrero?” Rézale a tus dioses que continuaré respondiendo ese llamado. Pocos los responden. Pocos sobreviven. Es un largo y duro camino este camino del Guerrero. En el yace el dolor, el miedo, y la muerte. Escasas recompensas y escasa gratitud. El final, para muchos, es una lápida anónima en algún campo de batalla donde sopla el viento. Si tienen suerte. Y aún así continúo luchando. Ni siquiera sé porqué. Tal vez por gloria, tal vez por dinero, tal vez por mi tierra, tal vez por mi familia. Tal vez porque es todo lo que sé hacer. Pero luchando seguiré. Aunque lo aprecies o no. Aunque lo notes o no. Estaré allá afuera, en las líneas de batalla. Luchando. Matando. Muriendo. Soy el Guerrero. La muerte es mi asunto. Sea la tuya…o la mía…