Hola, Staff WoWNaerZone y jugadores. Hace mucho que quería hacer esto, pero motivos personales me lo impedían. La novela, como dice el título, es "Lágrimas de Guerra". Está situada en el marco de The Burning Crusade, antes del parche 2.4.0 Fury of the Sunwell. Trataré de publicar semanalmente.
Espero que la disfruten, y cabe decir que todo lo publicado con esta cuenta le pertenece al dueño de la misma.
[color=#FA8258][b]Prólogo[/b][/color]
—Los reptadores de espuma han devorado su rostro ―dijo Grol’dar, al mover la cabeza de la mujer orco de un lado a otro con el bastón. Los diminutos ojos del brujo se distanciaron de la punta amarillenta en la cima de la madera y se clavaron en el vientre del cuerpo―. Fue mi alumna en el Circo de las Sombras.
El agua de la Bahía de Garrafilada golpeaba ferozmente la costa oriental de Durotar. Kal’goth escuchaba a su compañero, sin observar el cuerpo inerte. La caperuza le ocultaba el cabello, pero su piel verde pálida, herencia de su madre Mano Destrozada era tan resaltante como sus facciones. Tenía el rostro severo, con colmillos cortos, barba rala y ojeras del tamaño de una uva. La capa negra le cubría desde los hombros hasta los tobillos y nunca, ni siquiera en combate, mostraba su mano izquierda. En la otra portaba una espada corta, tan limpia como el agua que los rodeaba.
—¿Cuál era su nombre? ―preguntó Kal’goth, sin inmutarse.
—Su padre la nombró Daegosha ―respondió Grol’dar, sin titubear.
—Alma de lobo ―cerró los ojos por un momento y dirigió la mirada al cuerpo sobre la arena―. ¿Cómo sabes que es ella?
—Tiene la misma marca de nacimiento que él. Aquí ―señaló el brazo derecho, sin tocarlo―, la garra que apunta hacia el hombro.
—¿Crees que los responsables son los Kul Tiras de Tiragarde?
—No, no fueron ellos ―replicó Grol’dar, al clavar su bastón en la arena―. Cerrotajo los mantiene a raya. Además, no tendrían las agallas de atacar a uno de los nuestros tan cerca de Orgrimmar ―tragó saliva y apretó la madera―. La piel de su vientre está completamente carbonizada. La sangre no ha manchado la ropa por mucho tiempo y los golpes en el cuerpo no son de armas o puños —se acuclilló y observó la carne negra de cerca―. La mataron lejos de aquí. En un barco, quizá, pero el mar la trajo de vuelta a casa.
—Sin embargo… ―Kal’goth retiró la tela de su cabeza y las trenzas negras cayeron sobre sus hombros―. La herida es más que simple fuego. Es parte de un ritual.
—Uno que está prohibido. Sólo los brujos del antiguo Concilio de las Sombras sabían cómo invocar la presencia de… esas aberraciones; y la última vez… ―Grol’dar se incorporó, apoyado en el bastón, y tanteó el pico amarillo. Se tocó la barba, miró el océano por un par de segundos y apretó los dientes―. Debemos informarle al Jefe de Guerra.
—Debemos, sí, pero no de la forma usual ―se situó al lado del brujo, guardó su espada y tocó la carne quemada con la uña puntiaguda. Un líquido negro y fétido brotó de la cicatriz, seguido por un humo verduzco y espeso―. Esto sólo lo puede saber él y su consejero, el hijo de Sen’jin ―Grol’dar asintió con la cabeza, al ver que el humo se diluía y el líquido se cristalizaba―. No debemos alarmar a la población. Ya fue suficiente el haber emprendido el viaje hasta nuestro planeta en ruinas para detener el avance de la Legión y derrotar a El Traidor.
Un relámpago alumbró el cielo gris. Las gotas caían lentamente, como plumas. Grol’dar suspiró. Uno de ellos tendría que dar el aviso, discretamente; pero ¿quién de los dos enterraría el cuerpo? Kal’goth movió la cabeza de un lado a otro. El Jefe de Guerra podría averiguar lo que le ocurrió; los elementos les darían una respuesta. El mar golpeaba la costa con más fuerza con cada segundo que transcurría. Grol’dar se ofreció para ir en la búsqueda de Thrall y Vol’jin, y Kal’goth no se negó. Antes de regresar a la capital, observó una vez más el cuerpo de su antigua alumna; sin embargo, el tronar de un segundo relámpago atrajo su atención.
—No todos los días llueve en este lugar tan árido ―dijo Grol’dar, al retirar su bastón de la arena mojada―. Es extraño que suceda hoy.
—No, no lo es ―Kal’goth se colocó la caperuza. La sombra cubría su rostro por completo―. No todos los días se invoca la presencia de un Señor del Foso.
El brujo partió sin decir una palabra. Kal’goth lo observó alejarse hasta que desapareció de su vista. Al instante, desenvainó su arma, se arrodilló al lado de la mujer y raspó el líquido negro con el filo de la espada. ¿Por qué tirarían el cuerpo al mar? De entre las ropas, su mano izquierda se abrió paso, con una cicatriz que marcaba un límite desde la muñeca hacia el pulgar. La misma cargaba una calavera con colmillos parecidos a los suyos, pero no tenía una mandíbula. La acercó, lentamente, hacia la herida de Daegosha y el líquido nauseabundo se movió en dirección del cráneo.
Thalassa
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