Zargos

Orco Brujo 80
Antigüedad: 06/06/11
The New People
Temas: 61


Hola, Staff WoWNaerZone y jugadores. Hace mucho que quería hacer esto, pero motivos personales me lo impedían. La novela, como dice el título, es "Lágrimas de Guerra". Está situada en el marco de The Burning Crusade, antes del parche 2.4.0 Fury of the Sunwell. Trataré de publicar semanalmente. Espero que la disfruten, y cabe decir que todo lo publicado con esta cuenta le pertenece al dueño de la misma.
[color=#FA8258][b]Prólogo[/b][/color]
—Los reptadores de espuma han devorado su rostro ―dijo Grol’dar, al mover la cabeza de la mujer orco de un lado a otro con el bastón. Los diminutos ojos del brujo se distanciaron de la punta amarillenta en la cima de la madera y se clavaron en el vientre del cuerpo―. Fue mi alumna en el Circo de las Sombras. El agua de la Bahía de Garrafilada golpeaba ferozmente la costa oriental de Durotar. Kal’goth escuchaba a su compañero, sin observar el cuerpo inerte. La caperuza le ocultaba el cabello, pero su piel verde pálida, herencia de su madre Mano Destrozada era tan resaltante como sus facciones. Tenía el rostro severo, con colmillos cortos, barba rala y ojeras del tamaño de una uva. La capa negra le cubría desde los hombros hasta los tobillos y nunca, ni siquiera en combate, mostraba su mano izquierda. En la otra portaba una espada corta, tan limpia como el agua que los rodeaba. —¿Cuál era su nombre? ―preguntó Kal’goth, sin inmutarse. —Su padre la nombró Daegosha ―respondió Grol’dar, sin titubear. —Alma de lobo ―cerró los ojos por un momento y dirigió la mirada al cuerpo sobre la arena―. ¿Cómo sabes que es ella? —Tiene la misma marca de nacimiento que él. Aquí ―señaló el brazo derecho, sin tocarlo―, la garra que apunta hacia el hombro. —¿Crees que los responsables son los Kul Tiras de Tiragarde? —No, no fueron ellos ―replicó Grol’dar, al clavar su bastón en la arena―. Cerrotajo los mantiene a raya. Además, no tendrían las agallas de atacar a uno de los nuestros tan cerca de Orgrimmar ―tragó saliva y apretó la madera―. La piel de su vientre está completamente carbonizada. La sangre no ha manchado la ropa por mucho tiempo y los golpes en el cuerpo no son de armas o puños —se acuclilló y observó la carne negra de cerca―. La mataron lejos de aquí. En un barco, quizá, pero el mar la trajo de vuelta a casa. —Sin embargo… ―Kal’goth retiró la tela de su cabeza y las trenzas negras cayeron sobre sus hombros―. La herida es más que simple fuego. Es parte de un ritual. —Uno que está prohibido. Sólo los brujos del antiguo Concilio de las Sombras sabían cómo invocar la presencia de… esas aberraciones; y la última vez… ―Grol’dar se incorporó, apoyado en el bastón, y tanteó el pico amarillo. Se tocó la barba, miró el océano por un par de segundos y apretó los dientes―. Debemos informarle al Jefe de Guerra. —Debemos, sí, pero no de la forma usual ―se situó al lado del brujo, guardó su espada y tocó la carne quemada con la uña puntiaguda. Un líquido negro y fétido brotó de la cicatriz, seguido por un humo verduzco y espeso―. Esto sólo lo puede saber él y su consejero, el hijo de Sen’jin ―Grol’dar asintió con la cabeza, al ver que el humo se diluía y el líquido se cristalizaba―. No debemos alarmar a la población. Ya fue suficiente el haber emprendido el viaje hasta nuestro planeta en ruinas para detener el avance de la Legión y derrotar a El Traidor. Un relámpago alumbró el cielo gris. Las gotas caían lentamente, como plumas. Grol’dar suspiró. Uno de ellos tendría que dar el aviso, discretamente; pero ¿quién de los dos enterraría el cuerpo? Kal’goth movió la cabeza de un lado a otro. El Jefe de Guerra podría averiguar lo que le ocurrió; los elementos les darían una respuesta. El mar golpeaba la costa con más fuerza con cada segundo que transcurría. Grol’dar se ofreció para ir en la búsqueda de Thrall y Vol’jin, y Kal’goth no se negó. Antes de regresar a la capital, observó una vez más el cuerpo de su antigua alumna; sin embargo, el tronar de un segundo relámpago atrajo su atención. —No todos los días llueve en este lugar tan árido ―dijo Grol’dar, al retirar su bastón de la arena mojada―. Es extraño que suceda hoy. —No, no lo es ―Kal’goth se colocó la caperuza. La sombra cubría su rostro por completo―. No todos los días se invoca la presencia de un Señor del Foso. El brujo partió sin decir una palabra. Kal’goth lo observó alejarse hasta que desapareció de su vista. Al instante, desenvainó su arma, se arrodilló al lado de la mujer y raspó el líquido negro con el filo de la espada. ¿Por qué tirarían el cuerpo al mar? De entre las ropas, su mano izquierda se abrió paso, con una cicatriz que marcaba un límite desde la muñeca hacia el pulgar. La misma cargaba una calavera con colmillos parecidos a los suyos, pero no tenía una mandíbula. La acercó, lentamente, hacia la herida de Daegosha y el líquido nauseabundo se movió en dirección del cráneo.






Thalassa   
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[color=#FA8258]Capítulo I: La Mano de Argus[/color]
—Sironas está muerta ―dijo Adrielle, al observar la hendidura de su martillo gris con detalles púrpura y el corte en la piedra de su escudo circular. La defensora tenía el rostro cándido, la nariz pequeña y los cuernos inclinados hacia la nuca. Finos tentáculos caían sobre su cuello y pecho, y portaba una cota de mallas muy ligera, la cual dejaba al descubierto sus brazos, hombros y cintura―. Yo misma le di el golpe de gracia. Los paladines se miraron entre ellos. El primero al mando, el vindicador Boros, se acercó a la plataforma del centro de la Avanzada de Sangre. Su armadura celeste y carmesí, con cuernos en las hombreras, brillaba bajo el cielo rojizo de la isla. Dejó caer su martillo en la tierra, se hincó de rodillas y murmuró una corta plegaria. El resto del Triunvirato de la Mano y los defensores lo imitaron, mientras que el Exarca Admetius, escoltado por el Presagista Mikolaas, iluminó el pedestal. —Nuestro pueblo está siendo raptado. Nuestro pueblo podría convertirse en viejas abominaciones ―una voz se formaba en la luz que emanaba del pedestal―. Debemos detener esta pesadilla. Debemos salvarnos del pasado. —La amenaza ha sido erradicada, Profeta. Sironas ha sido eliminada por la luz y el poder de los naaru ―instó el vindicador Kuros, el segundo al mando, al incorporarse y tomar su martillo―. Pronto, su séquito, los despreciables elfos de sangre, Halcón del Sol, seguirán su destino. —Si ella ya no es la causante de nuestro mal, ¿qué otra monstruosidad tendría el suficiente poder para corromper a nuestra gente? ―la luz había tomado la forma del Divino―. Sironas fue la única man’ari eredar que ingresó a este mundo con nuestra nave y, según los resultados de la Interrogadora Elysia, uno de nosotros fue transformado en una aberración. —El Vindicador Saruan aún está desaparecido, Profeta ―dijo el vindicador Aesom, el tercero al mando, sin levantar el rostro―. Quizá, Sironas lo… —Tus palabras se apresuran a los hechos, Aesom ―Kuros lanzó una mirada hosca al resto―. Mi maestro nunca sucumbiría ante el hediondo poder demoníaco, ni por la fuerza o voluntad propia. Adrielle notó que el silencio duraba más que el tiempo transcurrido. Asió su martillo y se erigió. Los defensores la imitaron, luego de mirarse los unos a los otros. La paladina caminó hasta la plataforma, frente a la imagen del Profeta Velen, e hizo una reverencia. Cerró los ojos por un segundo: el momento le recordó a los días que siguieron al saqueo de la Ciudad de Shattrath. —Matis, el Cruel, dijo algo antes de ser ejecutado ―Adrielle tragó saliva―. Yo recuerdo sus palabras, Profeta. Yo recuerdo claramente lo que él dijo, segundos antes de que el martillo del vindicador Kuros lo silenciase ―sus ojos se cristalizaron―. El diario de Galaen confirma sus palabras y los rumores. La larga sombra de nuestros ancestros vienen a consumirnos. —Vimos lo que ocurrió con los orcos ―el Exarca Admetius se encontraba a un lado de los defensores―. Sufrimos el dolor de la corrupción. Aún sentimos el horror de sus consecuencias. La imagen del Profeta se distorsionó por unos segundos. Los vindicadores Boros y Aesom se incorporaron, cogieron sus martillos y observaron su alrededor. Kuros hizo un gesto de calma y las armas tocaron el suelo. La imagen del Divino recobró su forma y los rostros de los draenei volvieron a la normalidad. —Boros ―dijo el Profeta Velen, con voz férrea―, llevarás una expedición hacia La Espiral Vectorial. Terminaremos la amenaza de los elfos de sangre de una vez por todas. Además, recabarán información sobre el paradero del vindicador Saruan y de los ciudadanos desaparecidos. Si encuentras al culpable de estos crímenes, tienes la total autorización de impartir la justicia de la luz ―el Divino dirigió la mirada hacia el vindicador Kuros―. Tú y Aesom se quedarán a cargo de la Avanzada de Sangre. Los naga aumentan en número por el oeste. No podemos descartar un pacto entre estos reptiles y los elfos de sangre. Hemos visto esa unión antes, en las ruinas de Draenor. Los vindicadores del Triunvirato de la Mano asintieron al unísono. La imagen de Velen desapareció con sus palabras; que la luz los guiase. Kuros se marchó de la congregación y Aesom se fue con él, mientras Boros reunía a su grupo de defensores. Adrielle, junto a Kaegan y Akee se ofrecieron como voluntarios. El vindicador agradeció su decisión con un ademán gentil. —Seremos un grupo pequeño ―dijo Boros, al dirigirse a los defensores de la Mano de Argus―. No podremos avanzar rápido si somos demasiados, ni podemos dejar la Avanzada desguarnecida. Nosotros somos quienes impedimos el avance de los que desean ver a nuestro pueblo extinguirse del universo. ¿Quién quiere dar su vida por la luz? ―los defensores Katroi y Kadithuul dieron un paso al frente―. Muy bien, ya somos seis, y creo que es el número apropiado. Saldremos antes de que amanezca. El resto de ustedes, junto a los pacificadores, quedan bajo el mando del Triunvirato. Pueden ir a descansar. Que la luz guíe sus caminos. El grupo se dispersó al oír las órdenes. Adrielle escuchó al Exarca murmurar al Presagista sobre la manera de retirarse del vindicador Kuros, mientras se dirigía hacia las bancas. Su silencio era su protesta, Mikolaas; el odio estaba creciendo dentro del joven vindicador. Sí, Exarca; lo sentía, como en aquellos días, cuando huir era la vida su raza. El saludo de Akee, quien se situó frente a ella, desconcentró a Adrielle. —Pensé que no te ofrecerías como voluntaria, luego de lo que dijiste ―dijo Akee, al dejar su martillo a un lado―. Podría ser una misión suicida. —Yo… ―Adrielle observó a su compañera por un momento. Hizo una mueca y bajó la mirada. Se aseguró de que nadie escuchase lo que estaba a punto de decir. El Exarca Admetius y el Presagista se dirigían al refugio de los restos de la nave; mientras que los defensores y el vindicador Boros habían desaparecido de su vista―. Vi algo, cerca de El Crionúcleo. Se parecía a nosotros… Pero también a Sironas ―Akee alejó el rostro sin notarlo―. Creo que era el vindicador Saruan. —Ya oíste al vindicador Kuros. Él no sucumbiría ante el poder demoníaco. —¿Y si Sironas logró persuadirlo? ―Adrielle apretó los puños―. El diario decía que él cayó ante las torturas del elfo de sangre. Tengo miedo, Akee. Tengo miedo de que todo esté ocurriendo otra vez. —Lo averiguaremos mañana antes del amanecer ―Akee colocó su mano sobre el hombro de su compañera―. Ahora, debemos descansar. La expedición será larga y cansina. —También tienes miedo, Akee. Se te ve en la mirada ―Adrielle se frotó los ojos con ambas manos―. No quieres ser uno de ellos. No quieres sufrir la sed de sangre, otra vez.
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[color=#FA8258]Capítulo II: Selama Ashal’anore[/color]
Aún no despertaba. Las nubes cruzaban, lentas y espesas, sobre el vidrio y las energías del Puente de la Tempestad. Los cuerpos inertes, rodeados por pequeños charcos de sangre, se esparcían por el suelo. ¡Qué despertase, qué despertase! El cristal había cortado la carne, pero la sangre no brotaba. En cambio, el poder verduzco que emanaba del hombre había fundido el objeto con la piel. Las manos de la Sacerdotisa Delrissa concentraban su poder sobre el pecho del caído. De pronto, la shivarra sintió que el poder que expulsaban sus cuatro manos era incontrolable y cayó de espaldas, recorriendo unos cuantos metros. El mago sanguinario flotó dentro de un aura corrupta. Su piel se avejentaba y tornaba gris, el cabello largo y dorado se decoloraba lentamente, y las dos esferas verdeantes se convertían en fétidos humos sobre sus hombros. Los ojos chispeantes del sujeto la observaron, con desprecio. El maestro la dejaría vivir, pequeña Sacerdotisa; él mismo le contaría sobre su valiosa ayuda.
***
Hace mucho que no olía el aroma de esos árboles otoñales y de los campos verdes de su reino del sol. El poder de los demonios lo satisfacían en lo que quedaba de Draenor, ¿pero qué tanto había perdido con la marcha de la muerte hacia el norte? La cicatriz había cruzado el mar, devastado la tierra y golpeado el corazón de la isla. ¿Cuántos de los suyos habían muerto ese día? Ya no recordaba el número, pero sí los rostros de los que lloraban por quienes habían perecido y por lo que les habían quitado. Era él quien debía guiarlos en esos momentos, quien debía darles esperanzas. Era él, sólo él… No, sólo era el peso de su linaje lo que buscaban, que otro Caminante del Sol los llevase hacia un nuevo destino de gloria luego del desastre y la pérdida de su poder. Pero, ¿quién de ellos se preocupaba por lo que él quería, por lo que él realmente necesitaba? ¿Quién, de todos los que decían amarlo, realmente lo conocía?
***
—A veces, lo llama a gritos en sus sueños ―Sathrovarr observó a la shivarra, desconfiado―. Se escucha por todo el Bancal. Todavía cree que su mascota de fuego está a salvo en el Castillo de la Tempestad. Dejémoslo así, que siga creyendo en sus delirios. —También lo he escuchado en la hora del cenit ―dijo la Sacerdotisa Delrissa―. A veces, en las pocas horas que duerme, sueña con la humana. Lo escucho maldecirla. La maldice por haber escogido a… Las telas carmesí se abrieron de par en par. El cristal verde brillaba tanto como los ojos del mago en la oscuridad del pasadizo. Sathrovarr retrocedió unos pasos, sin apartar la mirada del hombre en el umbral. —Príncipe Kael’thas, ―dijo Delrissa, al realizar una reverencia con los brazos superiores―, debo informarle… —Rey, shivarra ―el mago sanguinario apareció en la sala. Los orbes verdeantes de las estatuas con su antigua apariencia empezaron a brillar con más fuerza desde que pisó el lugar―. Mi padre está muerto. —Lo que la Sacerdotisa Delrissa quería decir, señor ―Sathrovarr, ligeramente, alzó la voz―, es que tenemos al prisionero dentro de Archonisus. Sólo necesitamos de su sabiduría para restaurar el legado de su gente. —Muy bien, señor del terror ―Kael cerró los ojos por unos segundos―. ¿Qué ocurrió con la chica? ¿Lograron localizarla? —Sí, rey Caminante del Sol ―Delrissa hablaba con voz aguda―, pero tiene a varios guardianes, día y noche. Y uno no es un guardián ordinario, mi señor, a pesar del disfraz que lleva. Su poder es fuerte. —Un antiguo compañero del Consejo de los Seis, probablemente ―Kael observó el cielo y el humo verde sobre sus hombros se encendieron como brasas―. Debe ser obra de los estúpidos de Korialstrasz y Lor’themar ―los demonios se quedaron en silencio, mientras el Señor de los elfos de sangre pensaba―. Sathrovarr, te encargarás de traer a la chica. No me importa lo que ocurra con el dragón. Cuando el maestro llegue a purificar este mundo, ni los Aspectos podrán detenerlo ―dirigió la mirada hacia la shivarra―. Y tú, Sacerdotisa, vendrás conmigo. Utilizaremos el poder de los naaru para restaurar La Fuente del Sol.
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